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FICSTORIA

Actualizado: 15 jul 2021


Luis Vargas Tejada, (1798 - 1829)

Poeta conspirador colombiano que dió nombre al espacio independiente donde se desarrolla el concepto de teatro ficstórico o de ficción histórica.

 



Cuatro aspectos caracterizan este teatro: investigación, creación, crítica y pedagogía. Alrededor de estos cuatro rasgos hemos intentado construir algo como una doctrina poética sobre el teatro que quisiéramos llamar “Ficstórico” o de ficción histórica; una suerte de ‘sistema perplejo’, profano, discutible, refutable, lúdico, sin orden jerárquico ni clerecía, a la manera de un poema conceptual sobre el teatro que hemos hecho.

Estos cuatro rasgos, que pueden tenerse por inclinaciones temáticas en el ámbito de la investigación sobre el Teatro Ficstórico, son:


La Investigación, como el análisis de las relaciones entre la historia y el teatro, a través de los creadores y del público.

La Crítica, como la lectura a contrapelo de la historia.

La Creación, como el encuentro sensible con el pasado, con lo otro, con el público, a través de la dramaturgia, la puesta en escena, y la actuación;

La Pedagogía, como la comprensión y conocimiento de la Ficstoria, para incremento del disfrute.


Del libro inédito FICSTORIA, de Camilo Ramírez, tomamos el siguiente aparte, que avanza en la definición de este concepto:



“En el ajedrez, como en la vida, el adversario más peligroso es uno mismo”

Vassily Smyslov


La “misión” del teatro de la historia es en verdad afectar la axiología de la sociedad. Obrar sobre los valores, para construir o destruir, desde la comprensión del pasado y a través del diálogo, divertido, intenso, imaginativo, emocional, corpóreo, vivo y directo con el público.

Planteamientos anteriores rondaban el asunto pero no lo precisaban. Por ejemplo: miramos al pasado para comprender el presente y proyectar el futuro, que, si bien no es igual, tiene aspectos comunes con la idea de recordar para no repetir. Ambas tienen fundamento en mejorar, pero el pasado ni es bueno de por sí ni es malo por principio, de forma que cabría repetir aquello que se ve favorable y escapar a lo que no, de forma que recordar para hacer mejor coincide pero no menciona el camino por el que se obraría.

Integrar un sistema de valores en la sociedad puede seguir la vía de la negación, la crítica y la confrontación, como también puede ir por el camino de lo positivo, del asentimiento, la construcción. La reconstrucción de lo que nos vincula con la memoria compartida de la sociedad tiene una instancia de juicio que parece ineludible. ¿Recuerdo para negar, rechazar, abominar, y obro para destruir o destituir o cancelar? ¿Recuerdo para afirmar, confirmar, celebrar, y obro para restaurar, continuar, mantener?

La posibilidad de recordar para comprender, tan apreciada por el teatro de la Ficstoria por acercarse al libre examen del pasado, llega también en algún momento a una instancia de juicio, de valoración matizada y no maniquea, pero valoración al fin, de la experiencia de pasado. Juicio que se proyecta a la acción humana en el mundo real.

Este juicio se forma en los territorios de la experiencia y del diálogo y es una construcción compleja en la que lo individual se entrevera con los otros y forma comunidad, basándose en los afectos principalmente, pero también en los conceptos. La experiencia es valorada y los discursos la construyen, la implantan en la subjetividad. Esa valoración, el discurso que construye la experiencia en la subjetividad social del individuo, es lo que busca afectar el teatro de la historia.

Este teatro de Ficstoria es valoración y discurso hecho con acciones –verbales, físicas, psicológicas- vividas en la escena, frente al espectador que busca de manera activa e interviene de distintas formas, seleccionando, organizando, traduciendo, apropiando o extrañando, guardando o desechando.

Podemos decir ahora, como lo hacemos, que el TEATRO FICSTÓRICO es un teatro humanista que privilegia el diálogo en la construcción crítica de la sociedad. A través del libre examen del pasado y de las más altas calidades de una creación escénica cualificada, el Teatro Ficstórico suscita valores no autoritarios, solidarios, sensibles, imaginativos, críticos y creativos en la relación con los espectadores.

Pero todos estos valores, como capacidades para relacionar, inferir, imaginar, criticar, inventar, se merman en una escuela obediente y repetidora, centrada en los procesos básicos. Así, resultaría mejor la escuela de la vida, que exige todo el potencial de inmediato, aunque la orientación cada vez más solo a lo práctico, el ´centaveo´ de la vida, desprecia la profundidad de los sucesos y los actos y constituye limitación que se vuelve insalvable.

¿Cómo superar el mal paso? Una escuela de la imaginación y la experiencia orgánica, orientada por proyectos de interés individual que se deben trenzar en el hallazgo de factores comunes. Esto es en nuestro caso, un semillero de teatro y memoria histórica, expuesto a la anarquía de los deseos individuales, de las curiosidades propias, de los recursos diferenciales, de las experiencias disímiles, guiados por la necesidad de concluir en el encuentro con el público, en la obra.

¿Pero esto no conduce de nuevo a un teatro aficionado que descuida la calidad? ¿No se trata acaso de formar para un teatro profesional? ¿Qué se hace cuando la calidad que se pone en entredicho es la del profesional? ¿Qué, cuando el profesionalismo aparece empobrecido por una visión mezquina, acuciada por la corrupción, el centaveo y la tecnocracia? ¿Cabe pensar en los abogados y los ingenieros del caso Odebrecht, en la situación de los profesionales de la salud de la ley 100, en los educadores y artistas durante el reinado del paramilitarismo y la narcocultura? ¿Banalidad y venalidad vienen siendo lo mismo?

El profesional por el conocimiento, no por el título, ni por el nivel de ingresos o de ventas, no teme para nada la afición, el gusto, el saber popular, lo público. Por el contrario, lo impulsa, lo promueve, porque es el sustrato donde se pone a prueba su saber, la dinámica que genera preguntas, donde se requiere su pericia, su habilidad y su compromiso. La idea de un teatro profesional, sin ello, está perdida, como toda profesión que pierde de vista la realidad.

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