El proyecto Ficstórico se mueve a contrapelo de la Historia. De la Historia con mayúscula oficial, del interés hegemónico que sustenta un poder establecido.
Mirar la Historia oficial a contrapelo es buscar la otra historia, las otras historias, ocultas por la oficial o que se ocultan en ella, para sobrevivir en los tiempos de establecimientos de poder.
Eso es mirar la Historia a contrapelo. En eso consiste la crítica en la ficstoria: en develar las mitificaciones, las retóricas que soportan los regímenes establecidos.
Andar a contrapelo de la Historia es moverse a la defensiva, preservar la autonomía, la independencia, la libertad, la singularidad y el valor de lo particular, de lo contrahegemónico y lo contramicrohegemónico.
Los relatos ficstóricos se contraponen y enfrentan las narrativas instituidas, las establecidas, las que han pasado a comprometerse con poderes constituidos o en proceso de constituirse hegemónicos.
Desadaptación, destiempo, desubicación, la ficstoria se mueve en una asincronía radical, que le permite comprender al individuo, su subjetividad y, a la vez, la excluye del entarimado, de la orquestación que lleva a la moda, al buen gusto, a lo exclusivo, que es la norma del mecanismo.
La ficstoria es desajuste, disrritmia, convulsión que busca en la historia los rasgos humanos, la subjetividad, el pálpito del deseo, de la fragilidad, del temor, del arrojo valeroso o temerario. Y ve también el mezquino componer de las maquinarias, su eficacia impositiva y violenta, su acomodo y su atractivo, su reposo seductor, su lambonería y su empalago.
La ficstoria mira la Historia a contrapelo desde la mentira, desde lo insostenible, desde lo que no debe ser, desde lo que no se debe hacer. La verdad es una categoría voluble. La mentira es más estable. Frente al hinchado ser de la verdad, es mentira lo que vivo, lo que siento en el fondo, siempre será mentira.
El discurso bien argumentado aspira siempre a la verdad monda y lironda, a la dura verdad, a la comprobable, a la incontrovertible. Como sacramento, la verdad limpia el pecado y escupe la mentira de su boca. Pobre mentira temblorosa, es lo escasamente intuido, la mera duda, pulsión de mínimo registro, vibración oculta en la que anida el germen de la ficstoria.
La mentira, cuando es humana y no instrumento de poderes innombrables, comprende el pecado desde la experiencia y no desde el discurrir de la verdad. No para limpiarlo, ni escupirlo, ni convertirlo en verdad. Para apropiarlo, reconocerlo, compartirlo. Dosis mínima, básica, de humanidad, la mentira, indispensable, ineludible, sostiene la ficstoria.
No es verdad, para mencionar un caso emblemático de contraHistoria y valor de la mentira, no es verdad, digo, que Melo, José María, amara una vaca. Fue una patraña que urdieron en la Historia sus detractores. Pero en la ficstoria esa mentira lo volvió humano. Preferirla a la olorosa aristocracia criolla es insulto insoportable. Y sus caballos, lo confirman humano a los ojos de la ficstoria, aunque los haya matado, que también es un infundio. Honrarlos con la muerte a la hora de la derrota es una bella mentira ficstórica, metáfora que bien vale una obra de teatro: ningún culo constitucional mancillará nuestro sueños.
Ese amor a sus animales, falsedad Histórica, le dio soledad e incertidumbre, le dio pasión y crueldad al personaje, le dio furia y delirio. Esa mentira flagrante es justo la que hoy lo humaniza. Pulsión ficstórica que no aspira a ser verdad, solo a ser expresada. Lo demás es carne e Historia, que son los otros factores de esta ecuación farsante de la ficstoria.
CERETE
27 de noviembre de 2021
Imagen 1: General José María Melo Ortiz. Pintura de José María Espinosa, de 1854.
Imagen 2: Caída del gobierno de Melo. Dibujo en aguatinta de José María Espinosa, 1854
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