Película escrita y dirigida por Carlos López Parra, con la actuación de Germán Betancourt, Jonatan Camero y un buen grupo de actores, actrices, realizadores y productores que hacen posible nuevamente el sueño del cine colombiano. Acabo de verla en el Avenida Chile de Cine Colombia y quisiera señalar algunas cosas, en caliente.
No soy ni mucho menos experto en el lenguaje cinematográfico, pero como espectador creo que puedo percibir cuando los recursos propios del cine son adecuados y están apropiados por los realizadores y este es el caso. La fotografía me parece bella, sobre unos pocos espacios exteriores, como el hermoso frente de la casa con un anciano árbol de largas barbas ante el portón o la alameda que conduce al pueblo, el puente de madera sobre la quebrada, el cementerio escaso y una sola calle destruida del pueblo. El interior de la casa lleno de detalles significativos, limpio, brillante, luminoso y las noches de las alcobas pesadas de recuerdos y relatos indicativos, lechos para el cansancio que crece y la enfermedad que apunta. La luz del día en el jardín lucha con la oscuridad de las noches; la sonorización y la música terminan de componer atmósferas emotivas, cargadas, expresivas.
La actuación logra profundidad y eficacia que encanta y sorprende, pero no extraña. El personaje principal, don Manuel, es interpretado por Germán Betancourt, a quien habíamos visto en el teatro callejero, en los títeres, en el teatro de sala, más como director que como actor. No obstante, la claridad del dibujo es notoria; el viejo tiene una condición de salud que vemos agravarse a la vez que descubrimos su tradición socio cultural singular. Manuel es lector y poeta, hombre de valores arraigados y actitud independiente. Criado en el campo no es un zafio, ni un tonto, ni una bestia. Vemos su niñez en relación con el recuerdo de su hermana que desemboca en la resolución de la trama y su vida adulta en el retrato de su esposa, a quien visita cada tanto en el cementerio. Y vemos como se encuentra todo ello fundido en la relación con su hijo Simón, cuya existencia hace vivir esta fábula inmisericorde, relación paternal que prevalece desde siempre y desemboca en la sin salida de esta condición insoportable.
Simón es joven y tiene una discapacidad cognitiva fuerte. Jonatan Camero es actor con formación y logra la difícil construcción de esa condición especial, en la que el enfermo casi entiende y responde, pero a la vez no lo hace y se mantiene con vida por el cuidador que lo interpreta; vive gracias a quien le dio la vida, y también le dedicó la suya propia. No tiene juicio, solo deseo. ¿Es una planta, un vegetal? Manuel jamás aceptaría eso. Es su hijo y basta. Es la vida. El final que rompe la naturalidad construida en las situaciones familiares dice la verdad: Manuel lo entiende al punto que es Simón quien decide lo que ha de ser.
La estructura de la película es clara y el relato está logrado. La trama argumental se desarrolla en dos instancias a las que hace referencia el título: las nubes grises y el campo verde. Lo verde es casi un oasis, una isla en medio de la turbulencia de lo gris. Manuel y Simón viven en un espacio construido con denuedo, con primor y paciencia. La enfermedad, la deshumanización y la violencia asaltan el campo verde con brío. Todo llega al tiempo. El dolor con los años y la violencia con el asesino perseguido por los criminales. Solo falta la respuesta de un entorno social precarizado. La familia, el buen corazón de una joven ahijada. La solución se intuye en la mirada del cura del asilo para enfermos y en la calle ruinosa del pueblo. No es posible. Sería falso. No hay alternativa.
Entonces el final. La fábula abre opciones múltiples de sentido. La violencia, que se hace coincidir con una temporalidad reconocible, los años cincuenta, me lleva a preguntar si no podría ser actual. Y cuando miro a mi alrededor pienso que sí, que puede estar ocurriendo hoy en la experiencia dolorosa de enfermos y cuidadores que dan la vida simultáneamente. Esa es una opción; la humana, el drama de los seres golpeados por la condición propia de estar vivo, enfermar, morir y lo que ocurre alrededor. Otra opción es la simbólica en la referencia histórica: la violencia bipartidista destruyó la posibilidad del bienvivir que reclama Manuel, un libre pensador, profundamente humano y pacifista; extraño rebrote en un campo de tormentas. Finalmente, el suicidio y la eutanasia son la elección en esa disyuntiva creada con amor y pasión, como la que se ve desde el firmamento en el que soplan nubes grises sobre un campo que alguna vez o en algún lugar ha sido y talvez aun sea verde.
Camilo Ramírez Triana
Centro de Estudios Ficstóricos CEFI Casa de Fu
10 de septiembre de 2023
Bello Cami, siempre un gusto leerte.